martes, 13 de agosto de 2013

Invasión, Conquista y Dominaciòn española



LOS VIAJES DE LOS “DESCUBRIDORES”




      A veces la lengua ardiente del sol barre la cubierta de las Carabelas, otras, un viento demoniaco las arroja con rumbos imprevistos. Los tres navíos continúan su marcha hacia occidente, capeando temporales, moviéndose como cáscaras de nuez entre e oleaje embravecido o dejándose mecer por la irritante calma chicha que se apodera de las aguas.
      A bordo de la nave capitana un hombre silencioso oculta sus emociones, impide que la inquieta y levantisca tripulación se deje invadir por la desazón. Con mano de hierro Cristóforo Colombo o Cristóbal Colón maneja a sus marineros. Bajo su mando se encuentran 87 aventureros con escasos conocimientos  náuticos que al partir el 3 de agosto del Puerto de Palos de la Frontera, eludían la vida miserable de los españoles de baja condición social. Eran en su mayoría ladrones, pícaros y vagabundos a quienes los reyes católicos habían autorizado servir a bordo. Estos audaces tripulantes no arriesgaban en vano su pellejo, ellos querían riquezas y fama, les atraía el oro y las riquezas del oriente.

      De los 87 hombres que tripulaban las dos carabelas y la nave capitana, muy pocos eran marineros; sólo los contramaestres, pilotos y timoneles. Ellos sabían cuánto le había costado a Colón lograr la autorización y el financiamiento de la empresa. La autorización lo había logrado después de cuatro meses de gestiones firmando con los Reyes católicos las      Capitulaciones de Santa Fe, por el que se le reconocía con carácter hereditario: Almirante del mar océano, Virrey y Gobernador de todas las islas y tierra firme que descubriera y la décima parte de los metales precisos que encontrara.
      Mercaderes y banqueros de Sevilla y de Palos, así como los cortesanos especuladores contribuyeron a financiar la expedición, también se obtuvo el aporte e dinero y experiencia de dos acaudalados marinos de Palos: los hermanos Martín Alonso y Vicente Yáñez Pinzón.

     Aquella mañana del 3 de agosto. La gente estaba inquieta. El Almirante supone que la “extremidad oriental de la tierra habitada” y la extremidad occidental opuesta se hallaba muy cercanas, “apenas separadas por un pequeño mar”. Por averías de la Pinta, la flota recala en Tenerife, es un respiro para el temor de la gente.
      El tiempo es bueno u se puede dormir en cubierta por el tamaño de las carabelas, pero las lluvias y las tormentas obligan a veces a refugiarse en las bodegas, done ratas y cucarachas alternan con os hombres y las provisiones en un ambiente siempre húmedo.
     El 13 de setiembre se observa por primera vez variaciones en la brújula y el 17 Colón tiene que dar una explicación satisfactoria a la tripulación para tranquilizarlos de los temores y las dudas. El 18 y el 20 ven algunas aves que les hacen pensar que están próximos a tierra firme. Para tranquilizar a sus hombres, a partir de entonces, Colón falsea los asientos de los libros de bitácora, haciéndoles creer que es menos la distancia recorrida.    El día 25 Martín Alonso cree ver tierra, pero es solo una falsa alarma, el hallazgo no se concreta hasta la madrugada del 12 de octubre de 1492.

     En aquella madrugada de pronto, en la embarcación más alejada se enciende una luz de alarma, al tiempo que comienza a oírse una confusa gritería. El barco comandado por Martín Alonso Pinzón, gira en redondo para encontrar a la nave capitana. Colón observa un grupo de hombres atolondrados sobre cubierta que agitan los brazos sin concierto y gritan: ¡TIERRA! Por fin se oye la clara voz de Pinzón que saluda al Almirante y le avisa que Rodrigo de Triana, el vigía, acaba de anunciar el esperado ¡Tierra a la vista! Pocas horas después Colón vestido de gala desembarca en la isla de Guanahani. Portando el estandarte real, Colón toma posesión de ella a nombre de la corona y la bautiza como la isla San Salvador.
Prof. Miro Aquino de la Cruz (Fuente: Revista de Historia de Latinoamérica)


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