LOS VIAJES DE LOS “DESCUBRIDORES”
A veces la lengua ardiente del sol barre la cubierta de las Carabelas,
otras, un viento demoniaco las arroja con rumbos imprevistos. Los tres navíos
continúan su marcha hacia occidente, capeando temporales, moviéndose como
cáscaras de nuez entre e oleaje embravecido o dejándose mecer por la irritante
calma chicha que se apodera de las aguas.
A bordo de la nave capitana un hombre silencioso oculta sus emociones,
impide que la inquieta y levantisca tripulación se deje invadir por la desazón.
Con mano de hierro Cristóforo Colombo o Cristóbal Colón maneja a sus marineros.
Bajo su mando se encuentran 87 aventureros con escasos conocimientos náuticos que al partir el 3 de agosto del
Puerto de Palos de la Frontera, eludían la vida miserable de los españoles de
baja condición social. Eran en su mayoría ladrones, pícaros y vagabundos a
quienes los reyes católicos habían autorizado servir a bordo. Estos audaces
tripulantes no arriesgaban en vano su pellejo, ellos querían riquezas y fama,
les atraía el oro y las riquezas del oriente.
De los 87 hombres que tripulaban las dos carabelas y la nave capitana,
muy pocos eran marineros; sólo los contramaestres, pilotos y timoneles. Ellos
sabían cuánto le había costado a Colón lograr la autorización y el
financiamiento de la empresa. La autorización lo había logrado después de
cuatro meses de gestiones firmando con los Reyes católicos las Capitulaciones de Santa Fe, por el que se
le reconocía con carácter hereditario: Almirante del mar océano, Virrey y
Gobernador de todas las islas y tierra firme que descubriera y la décima parte
de los metales precisos que encontrara.
Mercaderes y banqueros de Sevilla y de Palos, así como los cortesanos
especuladores contribuyeron a financiar la expedición, también se obtuvo el
aporte e dinero y experiencia de dos acaudalados marinos de Palos: los hermanos
Martín Alonso y Vicente Yáñez Pinzón.
Aquella mañana del 3 de agosto. La gente estaba inquieta. El Almirante
supone que la “extremidad oriental de la tierra habitada” y la extremidad
occidental opuesta se hallaba muy cercanas, “apenas separadas por un pequeño
mar”. Por averías de la Pinta, la flota recala en Tenerife, es un respiro para
el temor de la gente.
El tiempo es bueno u se puede dormir en cubierta por el tamaño de las
carabelas, pero las lluvias y las tormentas obligan a veces a refugiarse en las
bodegas, done ratas y cucarachas alternan con os hombres y las provisiones en
un ambiente siempre húmedo.
El 13 de setiembre se observa por primera vez variaciones en la brújula
y el 17 Colón tiene que dar una explicación satisfactoria a la tripulación para
tranquilizarlos de los temores y las dudas. El 18 y el 20 ven algunas aves que
les hacen pensar que están próximos a tierra firme. Para tranquilizar a sus
hombres, a partir de entonces, Colón falsea los asientos de los libros de
bitácora, haciéndoles creer que es menos la distancia recorrida. El día 25 Martín Alonso cree ver tierra,
pero es solo una falsa alarma, el hallazgo no se concreta hasta la madrugada
del 12 de octubre de 1492.
En aquella madrugada de pronto, en la embarcación más alejada se
enciende una luz de alarma, al tiempo que comienza a oírse una confusa
gritería. El barco comandado por Martín Alonso Pinzón, gira en redondo para
encontrar a la nave capitana. Colón observa un grupo de hombres atolondrados
sobre cubierta que agitan los brazos sin concierto y gritan: ¡TIERRA! Por fin
se oye la clara voz de Pinzón que saluda al Almirante y le avisa que Rodrigo de
Triana, el vigía, acaba de anunciar el esperado ¡Tierra a la vista! Pocas horas
después Colón vestido de gala desembarca en la isla de Guanahani. Portando el
estandarte real, Colón toma posesión de ella a nombre de la corona y la bautiza
como la isla San Salvador.
Prof.
Miro Aquino de la Cruz (Fuente: Revista de Historia de Latinoamérica)
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